El Universo y los límites

Fronteras

En las últimas décadas una plaga se ha extendido por los pasillos de departamentos y centros de investigación; un término que es ya casi ubicuo en proyectos, solicitudes de becas e incluso nombres de instituciones: pluridisciplinariedad, o multidisciplinariedad, da igual. Como cualquier moda nadie sabe muy bien cómo ha aparecido, pero su progresión ha sido rápida y extensa hasta colonizar todos los rincones de la investigación científica. Hoy sin un atisbo de multidisciplinariedad ningún proyecto tiene posibilidades de progresar o recibir financiación, hasta tal punto que para algunos tipos de solicitudes es directamente obligatorio incluirlo. Y aunque pueda parecer que como cualquier concepto de moda su esencia es pasar de moda y por tanto acabará por desaparecer, lo cierto es que su aparición se debe a un accidente de la historia de las ciencias y refleja una realidad que no va a desaparecer: el universo mismo no tiene límites entre disciplinas y es, por tanto, esencialmente multidisciplinar. Es la ciencia la que no lo es.

Dividimos el estudio del Cosmos en diferentes campos, que tienen metodologías, paradigmas, libros de texto y facultades diferentes. Quienes estudian el universo son químicos, físicos, astrónomos, biólogos o matemáticos; sus titulaciones y carreras profesionales son diferentes, así como su forma de trabajar, su tradición intelectual y los puestos de trabajo a los que pueden aspirar. Incluso su lugar físico de trabajo está determinado por el campo de estudio que han escogido, al igual que la reputación e imagen social de que disfrutan (o padecen). Algunas áreas del conocimiento, como la filosofía, pertenecen incluso a regiones culturales consideradas diferentes e incluso incompatibles al otro lado de la famosa frontera ciencias/letras. Y sin embargo la realidad es tozuda y no reconoce campos separados de estudio. El universo carece de límites entre disciplinas, de modo que la multidisciplinariedad es una característica esencial del conocimiento.

Sin matemáticas la física de lo ingente y lo pequeño no puede ser estudiada. La biología a escalas lo suficientemente reducidas se convierte en química, que no es más que la física de los elementos y compuestos. La geología entiende de minerales y rocas, pero linda con la astronomía cuando se trata de otros cuerpos celestes y con la química y la física cuando quiere entender sus propiedades. La radioastronomía necesita la física nuclear al mismo tiempo que la mecánica clásica y relativista para trabajar con galaxias y cúmulos de ellas, y de la química para entender las nubes moleculares. Y por si fuera poco no hay hoy un solo campo de conocimiento que pueda avanzar sin usar sofisticadas herramientas tecnológicas. Ya no hay ‘ciencias puras’, y en rigor jamás las ha habido. Las divisiones entre las disciplinas no son más que artefactos del pasado; accidentes que tienen más que ver con las sociedades del siglo XVIII y sus particularidades que con ninguna división racional de ‘espacios de conocimiento’.

En el universo los límites no existen, y una buena parte de nuestros mayores avances en su comprensión han venido precisamente cuando nos hemos saltado esas fronteras artificiales aplicando ideas, métodos y conocimientos de una ciencia para resolver los problemas de otra. Para entender las reacciones químicas en detalle o para explicar el funcionamiento de las biomoléculas es necesario usar la mecánica cuántica, como hace falta la química si se aspira a comprender los mecanismos que hacen brillar a una estrella o crean un sistema solar a partir de polvo estelar. Las propiedades mecánicas de los minerales que forman las placas tectónicas dependen de su estructura cristalográfica, que viene determinada por las propiedades químicas y físicas de los compuestos que los forman y su historia. La evolución de los seres vivos está decisivamente influenciada por los límites de la mutación, a su vez intrínsecamente ligados a las propiedades químicas del ADN y del interior de la célula. Nada está separado: el cosmos es un gran sistema integrado. Y si queremos aspirar a conocerlo tendremos que estudiarlo sin límites entre disciplinas.

Sobre el autor: José Cervera (@Retiario) es periodista especializado en ciencia y tecnología y da clases de periodismo digital.

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