Soy fotógrafa afincada en Madrid y, con demasiada frecuencia, me encuentro con el caso de parejas que se quieren casar por la Iglesia, pero la parroquia de turno le impone su "fotógrafo oficial".

En más de una ocasión, los novios, para asegurarse unas cuantas fotos del estilo que ellos quieren, me han contratado a mí para el rato de antes, el de los preparativos de la novia, y para el banquete, pero no han tenido más remedio que contratar también al impuesto por la parroquia, si querían tener también fotos de la ceremonia.

Esto no solo supone un desembolso de dinero enorme para las parejas y una incoherencia de estilo en las fotos del día más feliz y, seguramente, más importante de sus vidas, sino que, sobre todo, supone un auténtico impuesto revolucionario al que se tienen que someter por casarse en una iglesia determinada.

El propio Papa Francisco se ha manifestado ya en claro desacuerdo ante semejantes prácticas, pero aquí, en Madrid al menos, que es donde vivo y trabajo el 80% de mi tiempo, se sigue haciendo oídos sordos ante dicha protesta, por lo que, por ahora, los novios no solo han de aceptar el fotógrafo que el párroco les impone despóticamente, sino también, en ocasiones, las flores y la música que ambientarán la ceremonia.

Los sacerdotes suelen aducir que sus fotógrafos oficiales conocen bien la liturgia del Matrimonio y son respetuosos con la misma. Es obvio que cualquier persona (ya no digo fotógrafo) es capaz de seguir unas pautas básicas de civismo y respeto, que, en el caso de no ser conocidas por el profesional, podrían ser facilitadas al mismo con anterioridad para que las tenga en cuenta.

De corazón espero que esta práctica injusta, despótica y tirana deje de tener cabida en este país, por el bien de las parejas, de los fotógrafos, del mercado y de la Iglesia Católica.